¿Qué pasó con las barbas?
Es común que al mirar imágenes históricas de los primeros líderes de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, nos llamen la atención… ¡sus barbas! El majestuoso bigote de Brigham Young, la gran barba de Joseph F. Smith (en la que casi podrías imaginarte un pajarito anidando), o el elegante mostacho de Heber J. Grant. Pero hoy, la mayoría de los líderes y miembros visibles de la Iglesia están bien afeitados. Entonces, ¿qué pasó con las barbas?
Cuando las barbas eran símbolo profético (y presidencial)
En la antigüedad, las barbas eran comunes entre los profetas. Personajes como Abraham, Moisés y Lehi son representados tradicionalmente con vello facial, algo propio de la cultura israelita. Incluso el libro de Levítico prohibía afeitarse la punta de la barba, práctica que aún conservan algunos judíos ortodoxos.
En tiempos más recientes, durante el siglo XIX, las barbas también ganaron protagonismo entre los presidentes de los Estados Unidos. Desde Abraham Lincoln (el primero en usar barba en el cargo) hasta William Howard Taft, la mayoría de los presidentes entre 1860 y 1913 llevaban algún tipo de vello facial.
Este mismo patrón cultural se reflejó en la Iglesia: los siete profetas posteriores a José Smith usaron barba o bigote. Brigham Young, por ejemplo, comenzó a dejarse la barba en la década de 1850. Joseph F. Smith nunca se la quitó, y su imagen ayudó a consolidar la figura del “mormón barbudo” en la prensa y las caricaturas políticas de la época.
El giro bien afeitado
Todo cambió a mediados del siglo XX. En 1951, David O. McKay se convirtió en el primer presidente bien afeitado desde José Smith. A partir de entonces, los líderes de la Iglesia comenzaron a adoptar un aspecto más pulcro y sin barba, siguiendo también la moda cultural de la época. Richard L. Evans fue el último apóstol conocido en llevar bigote hasta que se lo afeitó a mediados de los años 60.
No existe ninguna revelación o doctrina oficial que prohíba las barbas. Más bien, se trata de una norma cultural que ha perdurado por razones prácticas, profesionales y de imagen pública. Aun así, miembros fieles en todo el mundo usan barba sin ningún problema, especialmente en culturas donde es la norma.
El caso de BYU y el código de aseo
La Universidad Brigham Young (BYU), patrocinada por la Iglesia, no siempre tuvo una política contra las barbas. Hasta fines de los años 60, eran relativamente comunes. Sin embargo, en 1969, el entonces presidente de BYU, Ernest L. Wilkinson, implementó una política que prohibía las barbas, debido a su asociación con el movimiento hippie, la contracultura y el desorden social.
En 1971, su sucesor, el entonces presidente Dallin H. Oaks, aclaró que no había mal en sí mismo en tener barba, pero explicó que una persona barbuda podría ser malinterpretada en ciertos contextos. A día de hoy, esa política sigue vigente en BYU, aunque los bigotes bien recortados sí están permitidos.
¿Volverán las barbas?
No hay ninguna enseñanza doctrinal que condene el uso de barbas. De hecho, el logo oficial de la Iglesia muestra a Jesucristo con barba —como fue en Su vida terrenal— y es considerado el modelo perfecto. Más que un asunto de fe, se trata de una cuestión cultural y de imagen institucional.
¿Veremos algún día a un apóstol con barba o a Cosmo el Puma de BYU con perilla? Nadie lo sabe. Pero mientras tanto, lo importante no es la barba en el rostro, sino la fe en el corazón.
Reflexión final
El estilo cambia con el tiempo, pero el discipulado permanece. Ya tengas barba o no, lo que te define como discípulo de Cristo es tu deseo de seguirle, servirle y representarlo con dignidad.
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